FUNDACION POETICA DE ROMA

(LEYENDAS):

 

Esta primera época de Roma está llena de leyendas, algunas de las cuales comentaremos, y aunque no podamos creerlas (conjuntamente con la arqueología podemos trazar un mapa más realista), sí nos muestra un cuadro de los primeros tiempos y cómo se formó esta ciudad, a pesar de detalles más o menos auténticos sobre los diferentes personajes que vivieron en los primeros tiempos de esta ciudad.

 

Todos los grandes pueblos o civilizaciones han rodeado su cuna de narraciones maravillosas a fin de engrandecer y ennoblecer sus orígenes. En Egipto y Grecia, el reinado de los dioses y de los semidioses precedía al de los hombres. En Troya, Apolo y Neptuno construyen con sus propias manos los muros de la ciudad de Príamo. Roma no quiso tener un origen menos noble y ya en época republicana y helenizado el mundo patricio, ocultó su obscuro nacimiento bajo brillantes ficciones. Sobre el origen de Roma y Rómulo, Plutarco nos refiere hasta doce tradiciones diferentes, todas ellas con el sello de la imaginación helénica y la más extendida no es sino la narración de otro griego, Diocles de Pepareto, seguido de un soldado romano que luchó en la segunda guerra púnica, Fabio Pictor, el más antiguo de los analistas romanos y primer embajador de Roma en Grecia. Por envidia o por soberbia, los romanos aprendieron de los griegos su propia historia, la que éstos les fabricaron. El carácter épico, influencia de Homero y Hesíodo, pasó a los escritos de los analistas romanos. La mayoría de estos analistas o historiadores comenzaron su tarea cuando los romanos comenzaron a darse cuenta de su identidad y quisieron dejar constancia para el futuro. Grecia había caído en la órbita de Roma ( Emilio Paulo fue el cónsul en el 219 a.c. y dominó Grecia y el mayor helenizado junto con la familia Escipión) y la mayoría de los escritores y analistas griegos comenzaron a adueñarse de los tiempos antiguos y a fin de darle a Roma un pasado egregio, “trasladaron” a los héroes troyanos que pudieron salvarse del saqueo de su ciudad, o a los héroes mitológicos griegos alejados de su patria, a fundar cualquier ciudad italiana de alguna importancia y aceptar orígenes divinos o ilustres que les dignificara.

 

Roma era sinónimo de ciudad de la fuerza (en griego significa fuerza y su nombre secreto era Valentia, del verbo valere que tiene el mismo sentido: fuerza o valor. El nombre sacerdotal era Flora y otro nombre secreto era Amor, Roma escrito al revés, y prohibido pronunciar ese nombre bajo pena de muerte. En aquella época era costumbre en el Lacio utilizar un nombre secreto de la ciudad, que normalmente era el dios tutelar de ella, a fin de que mientras permaneciera secreto, los sacerdotes enemigos, prometiéndole a la divinidad más honores en su propia ciudad, no podrían conseguir que ese dios abandonara a su pueblo y les quitara el favor de éste ( Ampliorem cultum ).

En los orígenes, decían las tradiciones que reinaba sobre los aborígenes del Lacio un rey extranjero, hijo de Apolo, llamado Jano el divino, cuya mansión se alzaba en el monte Janículo en lo que hoy es la ciudad Vaticana al otro lado del río y comunicada con Roma más tarde por el puente Sublicio. Este pueblo tenía costumbres sencillas e incultas, típico de los hombres primitivos. Desposeído del cielo Saturno por Júpiter, obtuvo de Jano la posesión del monte Capitolino, y en compensación a esta hospitalidad, el dios enseñó a los latinos el arte de cultivar el trigo y la vid. Es el paso de la edad pastoril, en la que los latinos vivían de la caza y de las bellotas que recogían de las encinas de los bosques latinos,  a la edad agrícola. Saturno el buen labrador era representado con la hoz y fue en edades posteriores cuando se le cambió por la guadaña del tiempo, desnaturalizado el tipo primitivo.

                                                                  Cronos o Saturno con la hoz

A Jano le sucedieron primero su hijo Pico, que tuvo el don de los oráculos, y Fauno que acogió al arcadio Evandro, hijo de Mercurio y de la ninfa Carmenta. Éste edificó una ciudad en el monte Palatino entonces cubierto de bosque y pastos, y extendió entre los lugareños el alfabeto griego y costumbres más dulces que las existentes. Hércules también pasó por el Lacio, tal como comentamos en el siguiente capítulo, de paso con los bueyes de Gerión, y tras comprobar los sacrificios humanos a Saturno, como se hacía también en Cartago, queriendo terminar con con dicha costumbre, erigió un altar sobre la colina Capitolina realizando las ceremonias sin inmolación humana, aboliendo los sacrificios humanos (en las primeras edades del hombre, estas costumbres eran universales y ciertas costumbres romanas pueden indicarnos que aquí también existían) y para que las gentes del lugar dejaran de tener miedo a la posible cólera del dios, les enseñó cómo apaciguar la ira de Saturno, componiendo imágenes de forma humana ataviadas del mismo modo para lanzarlas al río en lugar de los hombres. Varrón nos explica que todos los años arrojaban las vestales al río Tíber desde el puente Sublicio, veinticuatro muñecos de mimbre (escilla), Dionisio de Halicarnaso en cambio indica que las imágenes o muñecos eran treinta y les llamaban argeos, para reemplazar las víctimas humanas que desde la llegada de Hércules, dejaron de sacrificarse. Estos muñecos o escilla se ponían sobre las puertas de las casas romanas o en los árboles recordando las cabezas humanas que en otro tiempo se ofrecían a Saturno.