EL DINERO
En el siglo VI a.c. en algunos pueblos itálicos se comenzó a utilizar el bronce (aes) para los intercambios comerciales ya que existían minas de cobre y estaño en la zona. Comenzaron usando unas burdas barras pesadas de esta aleación (aes rude) mientras que en el Este, ya desde este siglo, se habían comenzado a utilizar monedas a raiz de su invención en el reino de Lidia. Ya en el siglo IV a.c. estas barras pasaron a ser lingotes de bronce de forma rectangular con unas marcas o signos (aes signatum) que solían representar figuras de animales como una vaca, cordero, cerdo... con un valor de intercambio según la figura representada. Una ley en época ya republicana establecía el valor proporcional del aes: un aes de una libra equivalía a una vaca y ésta equivalente a 10 corderos. Los romanos designaron este “dinero” como pecunia, proveniente de la palabra latina pecus que significa ganado y que con el tiempo pasó a denominar dinero o riqueza.
Más adelante, en el siglo III a.c. Roma introdujo una pieza de bronce fundido al que llamaron aes grave que constituyó la unidad y se dividió hasta en doce partes. Tras las guerras Púnicas, al llegar a Roma la plata procedente de las minas de Hispania, el cobre y el bronce pasaron a utilizarse como moneda fraccionaria y la pieza principal pasó a ser el denario de plata con un peso de 4,5 gramos y equivalente a cuatro sestercios o a 10 ases ( el denario tenía una marca X por el sistema decimal) y en el siglo I a.c. pasó a 16 ases y se mantuvo la relación con el sestercio.
En la Roma republicana, el derecho de acuñar moneda correspondió al pueblo en los comitia tributa pero el crecimiento económico y territorial en la república hizo necesaria la elección de unos magistrados, los cuestores y los triumviri monetales encargados de la acuñación de moneda bajo control del Senado y en fechas finales de la República, los cónsules podían también acuñar moneda en emisiones especiales para el pago a las legiones.
Si el dinero es signo de civilización según dicen muchos expertos, no hay duda que Roma creó la mayor civilización puesto que a lo largo de los primeros siete siglos (monarquía y república) se desarrollaron bancos, sistemas monetarios, leyes monetarias, intereses bancarios, y hasta desarrollaron hasta el límite la usura, una de la mayores plagas que la sociedad romana tuvo que soportar, vamos, igual que hoy día. Al lado del Foro y en la zona de los comicios y la basílica Porcia comenzaba una calle llamada clivus Argentarium en la que todos los banqueros de Roma tenían sus oficinas, y bajo las escaleras de acceso al templo de Saturno (ver plano del foro) se encontraba el Aerarium o Tesoro en el que se guardaba todo el oro, plata y riquezas que se conseguían de las conquistas y tributos . En definitiva era como el actual Wall Street de Nueva York y ya en los tiempos de Julio César, aquí se establecían todas las operaciones económicas y financieras del imperio.
Los banqueros eran llamados argentarii que deriva de argentum que significa plata y los agentes de cambio eran conocidos como nummularii que procede de la palabra nummus o moneda.
A propósito de las monedas y su acuñación (res nummaria), los romanos disponían de una serie de vocablos y expresiones. Aes alienum, que literalmente significa ‘dinero ajeno’, era la expresión que se empleaba para referirse a una deuda, y, en consecuencia, el que la contraía, es decir, el deudor era un aeratus o obaeratus. El aerarium, literalmente ‘almacén de bronce’, era, según se ha dicho, el Tesoro público. Verbos que se empleaban para designar la acuñación de moneda eran cudere, signare, percutire y ferire; si se trataba de fundir, se decía flare. Chapar o forrar ciertas monedas era tingere, inficere o miscere. La efigie o la marca grabada en una moneda se denominaba nota monetae, typus, signum o imago. De la pieza de buena ley se decía que era bonus (sc. nummus) o probus, mientras que para calificar la falsa se empleaban los terminus falsus, improbus, adulterinus o reiectaneus. Falsificar moneda era vitiare pecunias, o nummariam notam corrodere (ya que la nota era la marca hecha sobre las piezas de buena ley mediante la piedra de toque). También vitiare era alear oro o plata puros (aurum o argentum obryzum) con otro metal de inferior valor, como el cobre. El operario (monetarius) que trabajaba la plata era el argentarius; el que trabajaba el oro era el faber aurarius o aurifex. La mesa de cambio, antecesora de nuestros bancos actuales, era la trapeza o mensa argentaria, y el cambista era el nummularius, collectarius o mensarius.
Texto de www.cnice.mecd.es/eos/MaterialesEducativos/mem2000/nomisma/
Dinero es sinónimo de la palabra moneda y deriva del nombre de esta moneda de plata: el denarius. En Roma existía un templo en la colina Capitolina (en el Arx) dedicado a Juno Moneta (la diosa de los avisos o alertas) en honor a unos gansos que habían tomado este templo como casa y que ante el ataque por sorpresa de los galos de Brenno en el año 390 a.c. según la tradición, avisaron con sus aleteos y cacareos a los romanos (Livio nos lo cuenta en el libro VII, 28,7) y como posteriormente los romanos utilizaron los bajos de este templo como lugar de acuñación de moneda (casa de la moneda aerarium), así quedaron unidos el nombre de denario, dinero y moneda como sinónimos.
No se conoce con precisión la fecha en que se establecieron unas salinas en la desembocadura del río Tíber pero ya en tiempos monárquicos existía una ruta comercial de la sal y por Roma pasaba esta ruta, llamada vía Salaria, que se dirigía desde las salinas hasta Roma siguiendo la orilla sur del río y continuaba en dirección noreste desde la puerta Quirinal de Roma hacia las diferentes rutas comerciales de la época. Era importante monopolizar la sal puesto que generaba unos ingresos importantísimos y para evitar el bandolerismo en esta ruta, Roma estableció soldados que vigilaban ésta. Para pagarles la soldada, una parte se realizaba en especies, o sea, en sal, y de aquí derivó nuestro salario o paga mensual.
La palabra cultura significa en latín trabajo de la tierra, cultivo, y conforme una ciudad crece